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Un Paseo Por Montauban

  • 3Viajes
  • 17 oct 2017
  • 3 Min. de lectura

Octubre 11, 2017.

Toulouse, Montauban, Albí, Beziers: todas ellas casillas de un mismo tablero de ajedrez llamado Occitania, fundadas por los romanos o por algún conde de Toulouse, tintadas en su conjunto del mismo ladrillo rojo, y de azul pastel, y de un buen puñado de palacetes. Ciudades hermanas que transitaron juntas de la religión católica a la protestante y de nuevo a la católica, reconquistadas a base de asedios y cañonazos en las guerras de religión, y aún así, cada una atesorando cicatrices, personajes e identidad propios, con gobernantes y comerciantes y artistas cuyo legado sigue resonando con mucha fuerza en el presente.

Mis primeros pasos en Montauban, capital del departamento francés de Tarn y Garona, dan a parar a la Plaza Nacional, corazón de la ciudad y que bien podría haber sido llamada plaza de las arcadas. Su planta cuadrada, intacta, es generosa en proporciones y se encuentra encajada en la estructura de damero del casco histórico de Montauban; sigue albergando un mercado que lleva operando desde hace siglos y se trata de una plaza completamente porticada y con los arcos –inusualmente dobles– que, vistos con atención, ¡son todos de diferente tamaño! La razón es que pertenecen a palacetes de diferentes familias que en función del poderío económico se podían permitir el hacerlos más o menos anchos –más aquí es mejor–. Y así como en Toulouse los comerciantes construían las torres de los palacetes a cuál más alta, para presumir, en Montauban se pavoneaban de diferente manera: con la anchura de los arcos de sus palacetes.

Una economía basada en el comercio del pastel, como en Toulouse, Moissac, Albí y como en tantos otros lugares de Occitania, atrajo mucho dinero durante la Edad Media y por esto es que en Montauban todavía resisten unos 300 palacetes. Pero a diferencia de la ciudad rosa, en Montauban los palacetes son más discretos: aquí son mucho más espartanos en sus fachadas y patios, apenas adornados, mientras que el lujo y la sofisticación se encuentran en sus estancias interiores. Lástima que los turistas nos contentemos, por regla general, con ver la fachada de las cosas.

El Puente Viejo y la iglesia Saint-Jacques son los únicos vestigios que han llegado a nuestros tiempos de la Montauban medieval. El primero, terminado en 1335, tiene una longitud de 205 metros y cuenta con siete arcos dotados de tajamares de planta angular y altas aberturas que le han permitido resistir a las crecidas más violentas del río Tarn. La iglesia principal y más antigua de Montauban se corresponde al siglo XIII pero la versión que podemos contemplar hoy día es una reconstrucción del edificio en forma idéntica al original, ordenada en 1629 por el Cardenal Richelieu tras tomar Montauban para la religión católica –Montauban era un bastión protestante desde hacía décadas–. Aunque los católicos tuvieron que sudar tinta para doblegar la ciudad fortificada más importante de los hugonotes tras La Rochelle, y un primer intento de Luis XIII en 1621 tuvo que ser abortado tras más de dos meses de asedio y escaramuzas que le hicieron ver que de Montauban no se movería ni Dios. A modo de despedida, la leyenda dice que el rey mandó lanzar 400 cañonazos, algunos de los cuales todavía se pueden apreciar en la fachada de la iglesia. Más tarde, harían falta el ingenio y la potencia de Richelieu para apagar la rebelión protestante en toda Francia, y Montauban finalmente capituló en 1629 al quedarse prácticamente sola. El Cardenal, por si acaso, mandó entonces derribar las murallas y las fortificaciones, e inició un periodo de medidas discriminatorias contra los hugonotes –las dragonadas– para expulsar al fin de Francia todo rastro de protestantismo, cosa que por supuesto logró.

Un siglo más tarde entraría en juego la actual catedral, la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción o simplemente Catedral de Montauban, mandada construir por el heredero de las políticas centralistas de Richelieu, Luis XIV, quien solicitó que fuera en piedra blanca y estilo barroco, con cuatro estatuas en la fachada: una arquitectura totalmente ajena al resto de edificios de la ciudad, pues su objetivo era recordar a aquellos ex-protestantes revoltosos quien era el jefe. Y sin embargo, ironía de las ironías, la piedra blanca era muy cara así que la catedral sigue siendo de ladrillo por dentro y hoy en día es utilizada por los católicos más conservadores, mientras que la iglesia Saint-Jacques es la predilecta de sectores más liberales. Dentro de la catedral se puede ver un precioso órgano en madera de nogal esculpido del siglo XVII y un baldaquín de estilo Napoleón III. En el brazo norte del crucero, destaca una de las obras principales del pintur Ingres, el Voto de Luis XIII (1824), donde el monarca implora al niño Jesús un heredero varón para su corona –cosa que finalmente parece que consiguió–.

 
 
 

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