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Armenia, El Lugar Donde Empezó Todo

Cuando, en 1918, Armenia sufrió el genocidio que acabó con cerca de un millón y medio de personas, la historia no hizo más que sumar un nuevo episodio a un territorio que ha estado condenado a no descansar desde el primer minuto en que apareció en la Tierra.

Nacida en época prehistórica, Armenia ha tenido la mala fortuna de estar en uno de los lugares más codiciados del mundo: la encrucijada del Cáucaso. Este lugar, situado entre dos continentes, ha sido invadido por casi todos los imperios que han existido: asirios, romanos, bizantinos, mongoles, persas, selyúcidas, otomanos y rusos. Nutrida por esta variedad de rasgos y culturas, Armenia ha experimentado lo mejor y lo peor de los lugares que ven cómo sus fronteras, esos espacios donde “el odio adquiere las características de un ser vivo”, cambian de la noche a la mañana.

Ese odio fronterizo, nacido del genocidio no reconocido hoy día por Turquía e incentivado por los movimientos de ajedrez del Imperio Soviético, se ve cristalizado en el estado actual del país: las fronteras con Turquía y Azerbaiyán se encuentran cerradas para Armenia de forma indefinida.

¿Armenia es sus fronteras?

Armenia es lo que es por culpa o gracias a sus fronteras. Pero… ¿qué es realmente Armenia?

Mirando un mapa, a más de uno nos entrarían dudas sobre en qué continente situar el país. Oficialmente asiática, Armenia “siempre quiso arrugar el mapa y acercarse a occidente, aunque nunca se dejó contagiar por su prisa” como dice Virginia Mendoza en su libro Heridas del viento. Ryszard Kapuściński, en su Imperio continúa con la misma idea: “La parte occidental de Europa acaba en una clara línea de costa. ¿Y en el este? ¿Cómo fijar la frontera? Aquí Europa se difumina, se desintegra. En este punto tenemos que aplicar un criterio, que no es geográfico, sino cultural”.

Armenia, en el año 301, se convirtió en el primer país del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial. Esto la acerca, de forma inevitable, a Europa. Pero, más allá de religiones, invasiones y fronteras, lo importante es hablar de lo que realmente forma armenia: los armenios.

¡Armenios!
Lo primero que llamaría la atención de un extranjero al ver a un armenio serían sus ojos y su mirada, si no fuese por otro rasgo físico mucho más superficial y llamativo: su gran nariz (rasgo que, de un tiempo a esta parte, ellos mismos han comenzado a modificar a través de cirugías plásticas).

Los armenios son de los individuos más peculiares que me he encontrado como viajero. Con una seriedad y humildad que rayan lo desconcertante, te dicen que su país fue el lugar donde empezó todo. La reserva que produce escuchar esto y que hace pensar en un chovinismo algo desmesurado, se comienza a desmoronar cuando descubres ciertos documentos históricos, como el mapa más antiguo del mundo, en el que Armenia aparece representada, o ciertos hallazgos arqueológicos como el zapato y la bodega de vino de mayor antigüedad hasta la fecha. Aparte y, ligado a la creencia religiosa, se dice que fue en el monte Ararat, el símbolo principal de Armenia (pero en territorio turco desde 1920), donde se posó el arca de Noé durante el Diluvio Universal.

Para un armenio “el otro” es una figura fundamental. Kapuściński describe un “típico piso armenio: la mesa es el punto central de cualquier hogar. Siempre debe aparecer puesta, ofreciendo cuanto se tenga, nunca vacía, pues la desnudez de una mesa repele a la gente e impide la conversación”.

En Armenia sabes cómo comienza el día pero nunca cómo va a terminar: en una casa, convidado a cenar; en mitad de una carretera, bebiendo chupitos de vodka en el maletero de un Lada destartalado o 100 kilómetros más allá del destino al que tenías en mente llegar, acompañado de un conductor que te quiere presentar a toda su familia…

Como dice un párrafo muy clarificador de “Heridas del viento”: “suele ocurrir que en Armenia importa menos el destino que el trayecto, y la distancia, por corta que los mapas prometen pequeño, siempre deviene eterna”.

Pero el culmen de ese amor por “el otro” se alcanza cuando hablamos del genocidio y la diáspora armenias. De los 12 millones que componen la población armenia total del mundo, solo tres millones viven en el país. Esta población expatriada nunca abandonó del todo su tierra y ha sido fundamental para paliar algunas crisis económicas, como el terremoto sufrido a comienzos de los noventa, que asoló gran parte del estado, y la guerra de Nagorno Karabaj con Azerbaiyán. Los armenios nunca se han olvidado del resto de armenios ni de su tierra natal, “tienen que estar juntos. Se buscan a o largo y ancho del mundo y, cuanto más grande es su diáspora, tanto mayor es su mutua añoranza y la necesidad de estar juntos” dice Kapuściński .

 
 
 

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